lunes, 4 de mayo de 2009


A Paco Camps ya no le toman medidas los sastres de Madrid, sino los de su propio partido… para el ataúd. “Es un cadáver político”, dicen en el PP, donde dan una cosa por segura y otra por probable. La segura: que Camps sufrirá más costurones durante las próximas semanas, en las que se desvelarán nuevos detalles sobre su relación con Álvaro, el bigotes, su “amiguito del alma”. La probable: que a pesar de que su rostro no es de este mundo, milano bonito podría verse obligado a dimitir.
No es sólo una cuestión de desgaste político, que mientras Carlos Fabra aguante hay esperanza. Es algo personal. Familiar. La mujer de Camps, Isabel Bas, lleva muy mal el escándalo: teme que pronto podamos escuchar su voz en la radio, en la grabación telefónica donde agradecía al bigotes ese misterioso regalo tan excesivo como para impresionar a una chica de buena familia, dueña de una farmacia en el centro de Valencia. Lo lleva mal Isabel por ella y también por su hija, que comparte colegio privado con el hijo del bigotes y que –según las grabaciones telefónicas– también recibió regalos.

Pero el que peor lo lleva de toda la familia Camps es su primo político, el de Zumosol: Mariano Rajoy, que no quiere que el bigotes, ese experto en campañas electorales que empezó en política como mánager de Andrés Pajares, le hunda las europeas. Rajoy mira el santoral: si Camps dimite por creerse que lo que se da no se quita, se puede encomendar a santa Rita. La alcaldesa Barberá no sólo es diputada autonómica en Valencia, también es milagrosa, pues no hay milagro mayor que ser capaz de lograr el consenso entre campsistas y zaplanistas como nueva presidenta de los imposibles.