Se lo planteó hace meses y por las bravas a un eurodiputado popular que se sienta en Estrasburgo: “Mira, Fulano, dile a Esperanza que a mí Caja Madrid me importa un huevo, pero esta es una batalla de poder y yo no la voy a perder; ella verá”. Lo estamos viendo todos. Apenas tres semanas después de la derrota olímpica, que terminó con la “corazonada” haciendo de puta por los arrabales del puerto de Copenhague, Alberto Ruíz-Gallardón se ha puesto a la tarea, ha vuelto al tajo, decidido a dinamitar el Partido Popular o lo que queda de él. Con la ayuda de sus amigos del Grupo Prisa.
Lo ha hecho por hombre interpuesto con una entrevista brutal -en el fondo y en la forma- en el diario El País. Por hombre interpuesto o en nombre propio, porque no se sabe muy bien si quien habla es Cobo o su jefe, aunque se adivina. Con los rescoldos de Valencia aun sin apagar, a Mariano Rajoy se le acaba de declarar un nuevo incendio de gran virulencia en la capital del Reino. Y no se adivinan en el horizonte bomberos suficientes para apagar este fuego. La entrevista de marras es un coche bomba que el alcalde colocó ayer al líder de la oposición a las puertas de Génova. ¡Hay que pedir ayuda! ¡Que alguien llame a los artificieros de la Guardia Civil…! Se le oyó gritar al gallego por los pasillos de la planta séptima.
Para muchos militantes y simpatizantes del Partido Popular, Alberto Ruiz Gallardón se quitó ayer la careta. El fenomenal lío originado en torno a la sucesión de Blesa al frente de Caja Madrid es para él un asunto meramente instrumental: La Caja como instrumento mediante el cual provocar en el PP la crisis definitiva, la tormenta perfecta capaz de aclarar de una vez por todas su futuro político, bastante menguado tras la derrota de Copenhague y la intención de Rajoy de mantenerlo amarrado a la alcaldía hasta la primavera de 2015. Demasiado tiempo para tan poca gloria. El alcalde no puede esperar tanto.
La “bomba” Gallardón de ayer -que amenaza producir muchas víctimas en el primer cinturón de poder del PP- vuelve a colocar a Rajoy en el disparadero, obligado de nuevo a poner orden en un partido que se ha convertido en una auténtica jaula de grillos. Un partido con demasiados síntomas de descomposición. Rajoy en una situación imposible, y Esperanza Aguirre contra las cuerdas, con muy escasa capacidad de movimiento, porque todo lo que diga o haga, sea o no en presencia de su abogado, podrá ser utilizado en su contra. Y de forma inmediata.
Lo gracioso del caso es que el regidor madrileño dice a quien quiere escucharle que cualquiera de las iniciativas que emprende las ha consultado antes con Mariano, todo lo sabe Mariano y a todo le ha dicho Mariano que lo haga. Al escarnio, el alcalde añade el recochineo. Rodrigo Rato, al igual que la propia Caja madrileña, es para él una palanca con la que espera mover el mundo de una derecha política cuarteada y escindida. Una operación de poder personal de gran envergadura, destinada a forzar un Congreso extraordinario del PP en el que se dirima un nuevo liderazgo en el partido. Ese es el envite que ayer lanzó Alberto Ruiz Gallardón a Mariano Rajoy y a la derecha española.